“En ambos se preparan espacios para los niños, hay ratios más reducidas y se tienen personal adecuado. La disparidad más importante se encuentra entre estar escolarizado o en casa con sus progenitores”, puntualiza Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía. Aún en este aspecto, reconoce que hay más argumentos a favor que en contra de la escolarización temprana de los niños: “Socializan más, aprenden a gestionar su frustración, descubren que no son ‘el príncipe de la casa’ y se ha demostrado que los niños aprenden más (por imitación) de sus compañeros que de sus padres u otros adultos”.
“Es verdad, que al llevar a un niño de 2 años o incluso menos a un colegio o escuela infantil puede generarle cierta inseguridad y sentimiento de abandono; pero si se hace bien, estos problemas no tienen por qué aparecer”, subraya. Por ello valora de manera positiva los procesos de adaptación, en los que los padres los van dejando unas horas sueltas, están con ellos un tiempo, para poco a poco ir espaciando estos momentos: “Los niños se adaptan a nuevas rutinas, son más maduros y dejan de estar sobreprotegidos. En el fondo, la escolarización temprana ofrece más beneficios que desventajas”.
Desde su punto de vista, el problema en la escolarización no se encuentra en si el menor va al colegio con dos o tres años; sino en estar en el curso que más se adecue a las necesidades de cada uno. “Hay muchos casos en los que en un misma aula coinciden niñas de enero con niños de diciembre, lo que provoca unas diferencias muy grandes”, explica. Tal y como detalla, las chicas suelen ser más precoces, por lo que empiezan antes a leer, a escribir… esto unido a la diferencia de edad (de casi un año); “puede provocar que los niños nacidos a final de año vayan un poco más atrasados”. Esta situación puede afectar a su autoestima e incluso incrementar su sentimiento de frustración.
Esta misma situación se repite con niños prematuros, que solo en casos excepcionales se pueden matricular en el curso siguiente al que les corresponde. “El sistema debería ser más flexible y delegar estas decisiones en los servicios de orientación y en el profesorado del centro, que es el que realmente trata con el alumno y la familia, puesto que cada caso es completamente diferente”, puntualiza Planas.